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ISSN 1989-4163

NUMERO 68 - DICIEMBRE 2015

Pequeño Homenaje a Nuestro Amigo Manuel Maciá

Antonio Zardoya

 

Conocí a Manolo Macià en 1984, el primer verano que hice prácticas de periodista en Elche. Se celebraba por aquellos tiempos La Fira de l’Art en la que se daban cita buena parte de los artistas locales con pretensiones de ruptura, abducidos muchos por la euforia de lo moderno. Miquel Barceló empezaba su fulgurante carrera, Cesepe diseñaba los carteles de las películas de Almodóvar, y los Costus, efímeros, hacían estragos en el underground queer, como antes los había hecho Nazario en el Víbora. Bueno, conocí a Manolo en el Escalón de Pepe Ferrando, que es donde se citaba la flora y fauna más avanzada de la ciudad. Ya entonces me di cuenta que era un rara avis entre los artistas. Por su locuacidad, por su frescura, por sus locuras. Y sobre todo, porque era terriblemente divertido.

En uno de los primeros encuentros me dijo que quería hacer un experimento: surcar con una moto, ruedas embadurnadas, una tela gigante para comprobar la estela que iba dejando el bólido en función de la velocidad y de las frenadas. “Joder”, me dije, “Manolo quiere seguir la estela de los futuristas italianos, fusionándola con los artistas cinéticos”. Me pareció un crack, ya entonces, en medio de un grupillo en el que casi todos intentaban emular a Barceló, o a Rothko, que ya se empezaba a poner de moda.

Manolo fue, es, un agitador integral, en el arte, en la cultura, en la antropología, en la política. También en el amor, ay¡

Definir a Manolo, ahora que se nos ha ido, es muy difícil. En todo caso fue, es, un agitador integral, en el arte, también en la pintura, en la cultura, en la antropología, en la política. También en el amor, ay¡ Se hizo medio rico, allá por 1987, cuando diseñó un juego de cubos. Aprovechó para comprarse una casa, una moto con sidecar, y estudiar Bellas Artes en Valencia, ya con treinta y tantos años. La carrera le proporcionó una base teórica que lo distanció, más si cabe, del paisaje artístico de Elche (mediocrón, chocolatero y sixtino, muy sixtino). También se hizo amigo de muchas más cosas y causas: adalid contra gitanofobia y entusiasta de las campañas “Gitanízate”. Es de lo que más presumía: de que los jefes gitanos se refirieran a él como el “tío Manuel”. Isaac Motos, Paco Sarabia, o Inmaculada Sabater podrían escribir de esto mucho mejor que yo. O Miguelón. Como no era ni sixtino, ni chocolatero, formó el Museo de Arte Extemporáneo (MAE), junto con Irene madre e Irene hija.

Manolo introdujo la “performance” y se la reinventó, años noventa, cuando estaba de capa caída. Y alcanzó momentos soberbios, sobre todo cuando colaboró activamente en la celebración de varios certámenes de perfo-poesía y agitación artística en L’Escorxador (2008-2011). El MAE ejecutó una acción, exquisita, tierna, en homenaje a Joseph Beuys, incluido el conejo muerto. Y Manolo nos descubrió lo mejor del panorama nacional, primero Goiko, luego el Cangrejo Pistolero. Este último, hará un par de años, le rindió homenaje, a nuestro Manolo, en una sesión que se desarrolló en Las Cigarreras, en compañía de Santiago Auserón. También en Artería montó, montamos, cito a Jesús Zomeño, saraos diversos. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido de que me invitara a recitar una poesía, la única que he escrito en mi vida, en el local de Benya, poesía dadá y regada por varios jacks daniels. Fue en 2006. Lo recuerdo como si fuera hoy.

La carrera  de Bellas Artes le proporcionó una base teórica que lo distanció, más si cabe, del paisaje artístico de Elche (mediocrón, chocolatero y sixtino, muy sixtino)

A Manolo le fascinaban los enigmas. Le dio una temporada por fabricar esculturas de yeso, de tamaño reducido, con aire clásico, para luego abandonarlas al azar por la ladera del río. Disfrutaba pensando en la cara que pondría la gente al toparse con ellas: ¿Se las quedarían o las tirarían a la basura? Un día, de paella en mi casa, me encontré con varias: están en su sitio, como él las dejó, como un pequeño tesoro. También guardo como paño en oro un grabado con su hija Irene en brazos, se titula “Irenet”, ejecutado, grosso modo, a la manera de Dubuffet. Sí, lo comparo con Dubuffet. Manolo (a él no le gustaría leer esto) era un tipo sabio en lo que concierne a la conceptualización artística. No le gustaría leer esto porque huía de todos los clichés.

Odio las necrológicas, que a mi me gusta llamar necrofílicas. Solo he escrito con gusto las de Pepe Agulló (El Florista), y la de Andreu Castillejos, y ésta, que me pilla en Holanda. Y ya no sé por donde rematar, entumecidos los ojos. Recordando el colosal “happening” que organizamos para Elche Acoge en 2008 bajo el título “Son Solubles”, con música de José Mari Pastor, hijo adoptivo del MAE. Invadimos el Gran Teatro para rememorar el drama de las pateras y de los sin patria. Un trabajo en el que Manolo se entregó en cuerpo y alma, sin límites: como era él. Inmenso. Demasiado inmenso. Generoso, como he conocido pocos. El verano de 2014 nos encerró en el local de Iniciativa Malanga para un festín anti-desahucios, una de sus últimas causas. Cristina Maciá y Sofía Asencio pueden dar fe de ello. Manolo era capaz hasta de embellecer la política, atrincherado como estaba en las causas de los desheredados del mundo entero. En fin, no quiero que nadie piense que Manolo era San Manolo. San Diablo en todo caso.
Un besote.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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